Actualidad municipal

Pregón de las fiestas 2017

Pregón de las fiestas 2017 de Santiago Martínez Caballero director del museo de Segovia y director de la excavación de Confloenta

Hoy tengo el honor de ser el pregonero de las fiestas de una de las villas más bellas de España, Sepúlveda, villa a la que por razones de trabajo y de pasión, sigo acercándome con todo mi empeño en estos tiempos.

 

Sin duda, pasear por Sepúlveda es adentrarse en el pasado desde el disfrute del presente, abrazar la piedra que otras gentes tocaron hace cientos de años y vivir herencias y tradiciones que se pierden en la infancia del hombre.

 

Deleitarse con su impresionante orografía, moldeada y horadada por el callado orfebre que es el río Duratón, columna vertebral de este territorio, regalo a Sepúlveda, sinuoso acueducto proporcionador de la fertilidad de sus tierras, y por ello, siempre honrado como compañero sagrado por las gentes sepulvedanas, cuando ya era mirado por romanos como el Buen Evento del Puente Talcano, como único acompañante por eremitas en los Siete Altares y San Frutos, como amigo por labriegos e hidalgos en San Julián, El Salvador y la Virgen de la Peña, como espacio a proteger por vecinos, cicerones y caminantes del presente.  

 

Sí, pasear por Sepúlveda también es oler, oler los aromas de la Historia, de la naturaleza y del agua, de las minervas y las tradiciones, de los estandartes y los fueros, como no, oler el aroma del cordero que sus maestros asadores preparan primorosamente en sus hornos de leña, y que son, y doy fe, los más deliciosos que se pueden degustar en España.

 

 

También estar en Sepúlveda, por lo que a mi me toca como arqueólogo, es sacar a la luz hallazgos y testimonios de las gentes que eligieron, sí, eligieron, este lugar para echar raíces y así poder continuar con su periplo vital. Aquí encontraron protección, seguridad y recursos, y con ello felicidad.

 

Sabemos que esta tierra, pues, ofreció desde siempre todo lo necesario para poder vivir y crecer como pueblo, y enriquecer el alma de sus gentes. Y si ahondamos en ello, la Arqueología y la Historia nos muestran costumbres, ritos y retazos heredados de las gentes del pasado, ya las de la Edad del Bronce, ya las celtibéricas que finalmente debieron enfrentarse a la legiones romanas, en una época en la que Sepúlveda quizás se llamaba Colenda.

 

Gentes celtíberas que defendieron sus vidas y su tierras con honor, hasta su inexorable absorción en el Imperio de una Roma que de inmediato, liberadas las cadenas, olvidados los asedios, aportó lo mejor de su experiencia, para levantar la hasta ahora escondida ciudad de Confloenta, reflejo del luminoso Mediterráneo latino en tierras de celtas, ciudad de confluencias, de mercados, ganados, termas y aguas, hoy vestigio y polvo en el terruño de las extraordinarias gentes del pueblo de Duratón, restos de otros tiempos hoy poco conocidos, pero a cuyo desvelo con tesón queremos seguir contribuyendo, a pesar de las limitaciones que los siglos nos imponen, con nuestro pretencioso interés de querer restituir imágenes y pensamientos desde el rastro mínimo que el capricho de la Historia se ha dignado en entregarnos.

 

Luego, los nuevos tiempos, las nuevas gentes, levantaron ya la Septempublica de los condes de Castilla, la Sepúlveda del Medievo, la de la Comunidad de Villa y Tierra, la Sepúlveda del Renacimiento y de las épocas de los clérigos y los ilustrados, más tarde la Sepúlveda de la emigración y la despoblación, y ahora la de las nuevas ilusiones que escribirán, no cabe duda, la Sepúlveda del futuro, la de esta radiante villa cuya piel nosotros no solo podemos recordar, también acariciar, en iglesias y murallas, en calles y callejas, en escudos y blasones, en portales y casas moldeados con tierras y barros, y con la piedra rosa sepulvedana, tesoro al que honró con su trabajo, su arte y su pasión, hace ahora no tantos decenios, Emiliano Barral. Escultor a quien hemos tenido ahora la oportunidad también de seguir reivindicando, un hijo pródigo de la villa y cuya breve vida no fue óbice para colocar de nuevo a Sepúlveda, con justicia y merecimiento, en las narraciones de las leyendas de las Artes hispanas. Sepúlveda, escaparate privilegiado que regaló al escultor su alma de cantero, las formas del románico y las trazas rudas de los rostros de Castilla.

 

Y como estamos anunciando la celebración, viendo el precioso trazado que presenta, solo me resta advertiros que tras una noche de pavor, la calma ha llegado, las hogueras se han consumido, San Bartolomé por fin tiene atados otra vez a los diablillos.

 

¡Sosegaos!

¡Hay reunión en la Plaza!

¡Hay fiesta!

 

Reina de las fiestas, Damas de honor, autoridades, gentes de Sepúlveda, foráneos amigos de la tierra, disfrutad la tradición y la fiesta de la que sois portadores, de sus encierros y sus peñas, de sus encierros infantiles y charangas, de sus tambores y dulzainas, de sus cuevas y bodegas, de sus toros, vino y sol, de sus figones, tabernas y cantinas, de sus desfiles, cortejos, danzas y bailes, de sus dianas, salves y verbenas, de su alegría y bullicio, cuestión harto sencilla si os guiais por vuestras siempre complicidad y fantasía.

 

En fin, ya termino. He tenido la enorme suerte de poder disfrutar y estar disfrutando con Sepúlveda y los sepulvedanos muchos buenos momentos, de trabajo, de ocio, de satisfacciones y de emociones, y siempre admiraré vuestra comprensión, hospitalidad y entusiasmo. Por eso puedo decir, sin temor a equivocarme, que tenéis un pueblo que sí os lo merecéis, porque Sepúlveda, sin vosotros, no sería Sepúlveda.

 

A todos mi cariño, mi respeto y mi admiración. Vuestras caras las llevaré siempre en el corazón y a Sepúlveda en mis más profundos sentimientos.

 

Hasta siempre,

 

¡¡Viva los Santos Toros!!

 

¡¡Viva Sepúlveda!!